El peso de las palabras violentas


Por lic. Alejandro Viedma

Para AGMagazine.info

¿Te has puesto a pensar que una palabra conlleva energía positiva o negativa según su carga valorativa?

Si bien los conceptos socialmente aceptados son definidos desde la literalidad del diccionario, en primera instancia son útiles porque el universo simbólico con sus notas tiene entre sus funciones la de ordenar: por un lado estructura, organiza la realidad para que no haya caos y, por otro, imparte e impone orden (a través de preceptos, leyes, advertencias) y desde allí indica cómo se deben hacer las cosas y cuáles no se pueden practicar, creando así un discurso implícito o explícito de permisos y prohibiciones.

Las palabras y sus sentidos dependerán de su carga valorativa, por su condición de no inocencia, de cómo, dónde y cuándo se las expresen y, a partir de ahí, sabremos de qué forma las incorporamos y repetimos, ya que nos han educado de una manera normativa y eso condiciona y nos condiciona.

De esta manera, cada uno de nosotros será responsable en tratar de iluminar el lenguaje, de que las palabras tengan una fuerza positiva, no violenta, de cambiar lo ensombrecido de un significado vacío, peyorativo o sórdido preestablecido.

Un ejemplo de la positivización de lo anteriormente negativo lo constituye nominar a una “persona que convive con el VIH” o decir que tal sujeto es “VIH positivo”, en lugar de mencionarlo como “portador” o “infectado” –y ni hablar de “sidoso”-. Porque negativizar a alguien significa cargarlo con más peso (allí el menos es más, el signo -, negativo tiene como resultado que se lleve +, mayor carga) en su mochila, en su espalda, en su cuerpo y en su interior.

Específicamente y para abordar la diversidad sexual, a mí me interesa preguntar a mis pacientes en tratamiento analítico y a los asistentes a los grupos de reflexión para varones gays que coordino en Puerta Abierta: “¿Qué circulaba en tu casa/familia acerca de la homosexualidad?”; “¿cuáles eran los términos que se utilizaban para referirse a los gays?”. Lamentablemente la inmensa mayoría de los entrevistados expresa que siempre ha escuchado cuestiones negativas, patologizantes, malas, insultantes respecto a la homosexualidad, sólo excepcionalmente han escuchado algo positivo de ésta. O sea que hay modos de “malaeducación”, sobre todo en las escuelas y en los hogares, que internalizamos pues se enseña (¿o se enzaña?) desde una moral que crea prejuicios y viceversa.

Con las personas LGBTIQ aun continúa sucediendo lo que yo llamo “el discurso cultural del NO” o “la cadena de lo negativo” ya que, en mi experiencia clínica he estado registrando varias frases a modo de devoluciones de los demás como correlato de las entradas y las salidas de los placares, es decir, algunas respuestas recibidas cuando por ejemplo alguien se asume gay o lesbiana con un cercano o no tanto; mandatos que, justamente, comienzan con la negatividad, lo que refuerza el imperativo: “No podés hacerlo”; “No se debe”; “No lo digas”; “No lo muestres”; “No lo pienses”; “No mantengas esa fantasía”; “No elijas eso”; “No es correcto que toques a otro varón”; “No lo beses”; “No te le acerques”; “No está bien que te vean con él”; “Que NO te escuchen”; “No lo acaricies delante de mí”; “Qué va a decir la gente, que NO sepan que es tu novia, decí que es tu amiga o tu prima” (dirigido a una hija). Dichas expresiones nunca pasan desapercibidas, jamás se las lleva el viento y, si no entran por un oído y salen por el otro, traen consecuencias obviamente negativas en la salud y en la sexualidad de los sujetos receptores de esos discursos amenazantes y condenatorios, seres que se van sintiendo y construyendo como diferentes porque los demás los ven y consideran así.

Y todo esto tiene que ver, insisto, con la educación y, además, con la transmisión de lo judeo-cristiano. En palabras de José Milmaniene (fuente: Imago Agenda nº 92, agosto de 2005, pág. 42): “Antes de leer, carecemos de las palabras, y luego de leer poseemos los significantes que desocultan y revelan el Ser. Los textos fundacionales de la cultura son más que elocuentes al respecto: inscriben en el psiquismo las secuencias significantes que portan las enseñanzas y los mandatos, en un nexo de interacción, tal como lo indica el nombre mismo de la Biblia hebrea (Torá), que significa a la vez mandato y enseñanza. Nos constituimos como sujetos de la Ley a través de las enseñanzas, que siempre imponen normas que nos alejan del goce, tal como lo patentizan los Diez Mandamientos. Al imponernos el límite subjetivante, se nos transmite un modelo de ser, basado en la identificación con el valor de la palabra”.

Lo interesante y el desafío que se nos presenta en tanto humanos es que como tenemos la capacidad para crear realidades, podemos modificar lo literal del diccionario, los manuales escolares añejos o cuestionar los dogmas. Algo de eso está sucediendo en nuestro país hace varios años con algunos medios de comunicación importantes como ciertos diarios (por ej., Página 12) o el blog Boquitas Pintadas (creado por la periodista Verónica Dema) de lanacion.com, los cuales hace un tiempo relativamente corto empezaron a escribir “las” travestis, dejando de hacerlo en masculino.

Por supuesto, otra tarea ardua es la que tendrán los docentes, fundamentalmente si se cumple la Ley de Educación Sexual Integral, y es por ello que celebro la consigna de este año de la XXl Marcha del Orgullo: “Educación en la Diversidad para crecer en Igualdad.

Además y concluyendo, los terapeutas tenemos la responsabilidad de habilitar a los sujetos LGBTIQ –y también a los que no lo son, porque los heterosexuales también tienen conflictos con la sexualidad y el amor- para que puedan expresar con libertad, tranquilidad y firmeza sus sentimientos, su sexualidad, su vida, sus placeres, su erotismo, su deseo más allá de la orientación sexual y/o de la identidad de género que cada uno/a asuma, justamente desde lo positivo que implica ser diversos.

* Alejandro Viedma es licenciado en Psicología (UBA), psicoanalista y coordinador de grupos de reflexión para varones gay. Facebook: Alejandro Viedma Psi -

“Buenos Aires me ayudó a asumirme gay”

Publicado el por  para Boquitas pintadas



Esta es la historia de Tomás, un lector de Boquitas pintadas que tiene 21 años y cuenta su llegada a Buenos Aires desde una provincia muy conservadora y cómo esa mudanza en plena adolescencia le permitió salir del clóset. Su relato permite reflexionar sobre muchísimos temas: los costos de no poder asumir la orientación sexual, las ventajas de la gran ciudad, los propios prejuicios dilemáticos, la lucha de poderes entre “lo que está bien” y “lo que está mal”, la bisagra que significó la ley de matrimonio igualitario, la importancia de no estar solo al momento de auto-aceptarse gay, entre otros.
 
Comparto lo que narra Tomás, que en su relato menciona a este blog como un puente que le permitió conocer la ONG Puerta Abierta, a la que se integró como uno de los participantes del grupo de reflexión para varones gays. Allí encontró la contención que necesitaba para empezar a vivir plenamente su homosexualidad.
 
“La sexualidad es el lugar desde donde uno se para en la vida”
 
Por Tomás
 
Llegué a Buenos Aires en plena adolescencia, solo y con mi mochila cargada de miedos, confusiones y no saberes. Vine desde una ciudad del interior del país, donde en el círculo donde yo me movía, la homosexualidad era un completo tabú.
 
A esta ciudad gigante a la cual llegaba, no lograba entenderla. Su frenetismo me apabullaba: gente corriendo para todas partes, personas durmiendo en la vía pública, edificios de más de veinte pisos, ruidos de autos y bocinas por doquier, chicas caminando de la mano en Plaza Francia… Era como desde mi casa me la habían pintado: “En Buenos Aires están todos locos”.
 
Pero especialmente me intimidaba terriblemente la libertad con la que la gente manifestaba su sexualidad, sentía que eso me dificultaba cada vez más poder guardar mi gran secreto: me gustaban los hombres.
 

Al año siguiente de llegar a Buenos Aires, viví nada más ni nada menos que el debate por el matrimonio igualitario. Escuchando este debate pude identificar claramente en las personas que se oponían a la ley, a la sociedad conservadora y homofóbica de la cual provengo, y del otro lado, una voz que me decía que el ser homosexual no era algo por lo que tuviera que avergonzarme o pedir perdón. Estaba muy confundido. Los argumentos de ambas partes los sentía válidos.
 
No podía más. Vivía estresado, y lo empezaba a notar en mi cuerpo, sí, somatizaba bastante: se me caía el pelo, me bajaban las defensas, me enfermaba continuamente (los dolores de garganta y mareos eran cada vez más constantes), adelgazaba…
 
Tenía que tomar una determinación, tenía que hacer algo por mí. Ese algo fue tomando forma, y de a poco pero con cada vez más fuerza me fui convenciendo de que lo que tenía que hacer era aceptar lo que sentía, tenía que aceptarme.
 
En esa búsqueda de contención, cada tanto leía el blog Boquitas Pintadas del diario La Nación, donde me enteré de una organización llamada “Puerta Abierta”, y de un grupo de reflexión para varones gay. La idea la descarté desde el primer momento. “Un grupo de reflexión para varones gay”. En mi imaginario repleto de miedos, prejuicios y desconfianzas, lo que esperaba de un grupo donde había mucha “gente gay” era que hicieran cosas “desviadas”, pensaba que iba a encontrarme con un grupo de “encuentros sexuales”, un sauna o algo similar. Cabe recordar que para mí, en esta ciudad, “todos estaban locos”.
 
Un día, harto de escucharme a mí mismo y mis auto-discursos, saqué fuerzas de alguna parte y me animé a llamar al Lic. Alejandro Viedma, el coordinador del grupo de reflexión, para pedirle una entrevista. Fui a su consultorio, muerto de miedo, y finalmente descubrí que no era un grupo de encuentros sexuales y decidí quedarme.
 
El duelo de no ser lo que querían los demás
 
Hoy puedo decir que tuve y tengo mucha suerte. Yo no realicé mi camino de salida del clóset solo, por más soledad que este camino implique, sino que lo hice sostenido por grandes personas que me ayudaron a transitarlo, tal vez sin que siquiera ellas supieran lo que significaban para mí, pero que sin las cuales dudo lo hubiera podido lograr.
 
Desde el primer día que llegué a este espacio grupal comencé un duelo: el de no ser lo que siempre quise ser (o lo que los demás querían que fuera), y comenzar a ser lo que realmente soy. La diferencia estuvo cuando empecé a notar que me sentía bien siendo lo que soy, y ahí fue cuando tomé consciencia: estaba empezando a salir del placard.
 
Hoy tengo 21 años y siento que mi proceso continúa. Estoy orgulloso de los logros que pude alcanzar, como blanquear mi sexualidad con personas muy importantes en mi vida, como lo son familiares muy cercanos y amigos.
 
Pienso que salir del ropero, es muy importante. Sólo podemos hacernos cargo de lo que es nuestro, no de lo que le suceda a los demás con lo que somos. La sexualidad es el lugar desde donde uno se para en la vida, desde donde miramos el mundo, no es solamente el acto sexual, sino mucho más que eso. Uno elige un/a compañero/a para compartir su vida -cualquiera que haya vivido el estar enamorado, daría testimonio de que es uno de los estados más maravillosos que existen- por lo cual, no es intrascendente contar que uno es gay, que está de novio con otro varón.
 
En lo personal, a mí me sirvió mucho escuchar personas como las que conocí en el grupo de Puerta Abierta, para mí, fue sinónimo de crecer. A todas y cada una de estas personas, las admiro profundamente, ya que intentan a través del diálogo y la reflexión, crecer como personas; y cada uno desde el lugar que ocupa, trata de mostrarle a quienes tiene a su alrededor y no comprenden o temen lo que es diferente a ellos, que lo diverso no es tóxico; camino que yo creo, es el único para alcanzar una mejor y más justa sociedad. Por esto mismo, pienso que lo importante, es no encerrarse.
 
Lo único que tengo hoy son palabras de agradecimiento para el moderador, Alejandro, y todas esas personas del grupo de los miércoles, que me enseñaron que “uno sólo puede amar y ser amado realmente desde el sentirse y mostrarse tal cual es, y no desde un personaje o de algo montado dependiendo de la ocasión. Por consiguiente, los personajes en su lugar: para las novelas, las ficciones, las tablas, pues preferible es no ser galardonado como `mejor actor´”, como alguna vez escribió Viedma.
 
“No soy diverso por ser gay, sino por ser humano”
 
Para finalizar, quisiera compartir lo que considero uno de los aprendizajes más importantes que he tenido en este corto trayecto de veintiún años que lleva mi vida y es, justamente, el aceptar la diversidad. Entender que todos somos diferentes. Parece simple, pero para mí no lo es. En este tiempo, logré comprender que no soy diverso por ser gay, soy diverso por ser un ser humano, ya que todos somos diferentes los unos de los otros, por lo que somos y por lo que “elegimos”. Somos diferentes por gustarnos más el fútbol que el básquet, por ser hinchas de Boca o de River, por gustarnos el rock o el blues, por ser negros o blancos, por ser hetero u homosexuales, por ser católicos o judíos, etcétera, etcétera.
 
El hecho de que se consideren minorías diversas a las de una determinada raza, religión, orientación sexual o identidad de género, a las cuales hay que “tolerar”, es un grave error, porque a fin de cuentas, la diversidad es mucho más que una minoría: es la esencia del ser humano. He logrado ver que discriminar jamás puede conducir a algo positivo, y si yo alguna vez discrimino, es porque no aprendí nada de todo lo que me tocó vivir. Ningún ser humano debería discriminar a otro por ser “diferente”, pero los que alguna vez nos sentimos discriminados, debemos prestar especial atención en no hacerlo, pues nosotros sabemos más que nadie lo que se siente estando del otro lado. Me atrevo a aventurar que para las próximas generaciones, comprender esto no será tan difícil, porque ya hay y habrá más información, lo que hará que, al deconstruirse los preconceptos, la gente pierda el miedo.
 
Tomás

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