Angustia por clóset. ¿Qué dicen las mujeres lesbianas y los varones gay? ¿Qué esconden sus silencios y qué manifiestan sus cuerpos?

Por: lic. Alejandro Viedma*

Publicado el 05 de febrero de 2010 en la revista virtual para la diversidad sexual y de género de Hispanoamérica Knot, Anudando las diferencias, número 5.

“El cuerpo para el psicoanálisis es algo a construir por
identificación con un Otro, identificación fundante, primaria
para Freud, que luego Lacan retoma en su conceptualización
del estadío del espejo. Es, además, un territorio erógeno, una
superficie de otro orden de lo netamente biológico, orgánico.
Como a los humanos el lenguaje nos precede, el cuerpo es significante.
Es un lugar que aloja y manifiesta, expresa síntomas
cuando no hay tramitación vía palabra”. Alejandro Viedma.


Introducción
En este escrito intentaré recorrer algunos de los puntos que estoy empezando a ordenar, ciertas cuestiones sobre las especificidades en la clínica con lesbianas y gays, es decir, qué particularidades son repetitivas en los discursos e historias de vidas de estos sujetos, repeticiones que pueden aflorar a causa del malestar de nuestra cultura contemporánea, a pesar de que desde la clínica psicoanalítica siempre apuntamos al caso por caso, a las dificultades singulares que se nos presentan a los terapeutas en cada demanda de análisis.

A modo de adelanto, comparto con los lectores que lo primero encontrado en todos los relatos de estos pacientes fue: la recepción (de la transmisión), la internalización y la reproducción del mandato “no se lo digas a nadie” (mandato/consigna que lesbianas y gays en los últimos tiempos desafían y traspasan), por lo cual los que rodean a estas personas se dividen en dos grandes subgrupos, en dos campos distintos que abarcan “los que saben” y “los que no saben” de su orientación sexual y expresión de género.

La tríada circulación-interiorización-reproducción del imperativo de ocultar la “elección” de objeto homosexual desencadena acciones que empujan al sujeto gay o a la sujeto lesbiana a “enclosetarse”, a armar su propio ropero y meterse en el mismo, transformándose ese hecho en procesos singulares que arrojan semejanzas pero también, por la variable de género atravesando, diferencias entre lesbianas y gays[i].

Lo inagotable del coming out of the closet
El coming out of the closet (expresión inglesa que designa el acto de una persona homosexual de revelar la orientación sexual a las personas cercanas) es un proceso, indicado en el uso del gerundio del verbo “saliendo”. Es un proceso porque la salida del armario no es de una vez y para siempre. Como todo proceso abarca etapas en su recorrido, ya que para salir del placard son precisos varios pasos previos y los primeros justamente guiaron al sujeto a ingresar en ese espacio imaginario.

El que está dentro del clóset es una persona que tuvo la necesidad de tapizarse, de cubrirse, de revocarse, de auto exiliarse, de aislarse al modo de llevar consigo un walkman (¡qué antiguo soy!) gigante cuyos auriculares abrigan todo su cuerpo y su interior, y lo defienden de ciertos ataques externos.

¿Cuál es el principio del principio, el comienzo de este proceso de empezar a almacenar, a guardar cosas en la alacena, en los aparadores? Es un acto solitario, acto amoroso por no deshonrar al otro, por sentir un deshonor si se lo “traicionara”.

Así, empieza un dilema entre las propias lealtades y las posibles traiciones propinadas al otro. De hecho, si tenemos en cuenta que el término en inglés para nombrar a una persona heterosexual es straight, el cual significa transparente, recto, leal, honesto, ¿sería el gay tapado un individuo desleal, deshonesto, quien esconde algo? Se instala la duda entre hacerle caso a la legitimidad de la propia verdad que lo viste como íntegro o el fraude hacia los demás. El sujeto empieza a mentir y luego a enredarse con esos inventos por miedo a que lo salpiquen insultos o por las fantasías que surgen del temor a aterrorizar a la horda que lo rodea, a posicionarla en el lugar de víctima.

Relacionando lo precedente con ciertos párrafos de Pierre Rey, que volcó en su gran novela Una temporada con Lacan, transcribo: “Un mentiroso dice: “Miento.”
Al decir “miento” dice la verdad.

Y si la dice ya no miente. En estas condiciones sigue mintiendo, pero si miente es porque dice la verdad confesando ser un mentiroso.

Por consiguiente, diciendo la verdad cuando reconoce mentir, vuelve a ser mentiroso al asegurar que miente.

Conclusión: se puede mentir porque se dice la verdad, y a la inversa, decir la verdad cuando se miente”[ii].

“… toda mentira no es más que el punto focal del lugar donde la verdad se manifiesta…”[iii].

Entonces, se comienza a construir un mundo propio dentro de una burbuja, que más que tener la capacidad de disolverse fácil y rápidamente, va transformándose en una armadura que hasta puede llegar a oxidarse con el paso del tiempo, a fusionarse con otros aspectos de la subjetividad y así producir efectos malignos, dañinos intra muros.

Efectos subjetivos del clóset, la angustia
Para cualquier persona, el estar en el clóset trae aparejado ciertas consecuencias. En algunas ocasiones se hacen presente síntomas por la homofobia (primero presente en todos los lazos afectivos y sociales y luego internalizada), síntomas que son modos de evitación de la “condición angustiante”, en términos freudianos.

Como señala Rey, “La creación nunca se debe a una felicidad. Es el resultado de una carencia. Es el contrapeso de una angustia (…)”[iv].

La angustia es un afecto siempre constatable en lesbianas y gays por los miedos (por ej., al rechazo) que experimentan dichos analizantes. Angustia que a veces se encuentra en un callejón sin salida porque el sujeto se enmaraña en silencios y ocultamientos laberínticos, a causa de la exposición impune de contenidos homofóbicos en las interacciones cotidianas, por ejemplo en las escuelas, los trabajos, los medios de comunicación, etc.

José Arturo Granados Cosme opina que “Hay evidencias empíricas acerca de mayores índices de intento de suicidio, angustia y depresión en los homosexuales, en comparación con la población heterosexual (Stronski y Remafedi, 1998). Con este conjunto de riesgos se configura un perfil de daños a la salud mental de los homosexuales que tiene en la homofobia su determinante cultural más profunda (…)[v]”.

Aquella burbuja que ha sido evanescente porque explotó al chocarse contra la primera pared heteronormativa, paradójicamente también fue deviniendo en callo en la estructura del sujeto que se enmascara, porque ese vivir en el placard actúa a modo de objeto contra fobígeno ante la angustia. Continúo con Rey:

“(…) el embrión de poder que yo ejercía era lo que me hacía adoptar la máscara que imaginaba era lo adecuado al ejercicio de ese poder: no dejar traslucir nada de las emociones, no exhibir los estados de ánimo, no decir nada para sentirse protegido del Otro por la desazón que en él, como un espejo opaco, provoca el silencio, no evocar nunca el objeto de nuestro deseo para conservar una posibilidad de que se cumpla, dar vuelta en torno a las cosas, disimular (…).

Utilizar los dos viejos escudos de la represión, el supuesto pudor, esa máscara que sella los labios ante las rebeliones y remite al torbellino de palabras que se pudren por no pronunciarse nunca, y la irrisión, flanqueada por los estereotipos que dependen de ella…[vi]”.

Para la sujeto lesbiana o el sujeto gay que está en el clóset, la angustia, al decir de Freud, tendría la función de señal de alarma por el peligro ante algo, peligro por una inminente pérdida de amor, por la posibilidad de desalojo, de exilio proveniente del Otro.

Jacques Lacan, en el seminario X, nos dice que la angustia emerge cuando aparece algo en ese lugar (en el espejo) donde no se debería ver, donde debería haber una opacidad, cuando se produce lo visible en un punto opaco. Otra definición de la angustia sería: lo que no tiene palabra.

El espacio imaginario luego deviene real. Ese objeto armario convivirá con la persona gay o lesbiana hasta que lo pueda “donar” a un otro, tiempo en el cual se perturba el silencio. Allí algo logra aflojarse, cuestión que puedo escuchar cada vez que un paciente viene a su terapia a hablar de lo que sintió después de contarle a alguien sobre su orientación sexual: alivio, por quitarse “un peso de encima”.

Abriendo las puertas
La salida del armario de una persona significa la revelación de su elección de objeto homosexual, o sea, el asumirse como lesbiana, gay, o como otra categoría estigmatizada (bisexual, transexual) frente a un círculo de otros cercanos.

De esta manera, el coming out of the closet es un hecho de lenguaje, hay algo que es necesario ser dicho, pero ¡ojo! El analista deberá tener en cuenta cómo está “armado” su paciente, cuál es su estructura clínica y cómo es su contexto (familiar, laboral, de redes, etc), de otro modo posiblemente esté cayendo, el profesional, en el error de empujar al analizante a un acting, por dirigir otro imperativo, opuesto al primero, y poco cuidadoso, que sería: “decilo”.

Me refiero además a que, como terapeuta, uno no se debe olvidar que cada proceso es singular, que cada individuo tiene su tiempo lógico y no sólo cronológico: “La palabra, como nos lo prueban los bebés octogenarios o los ancianos de veinte años con los que todos tratamos todos los días, nada tiene que ver con la edad, sino con la aptitud de un individuo que por fin se hace libre, autónomo en su pensamiento, es decir, sujeto de sí mismo, y no de las circunstancias exteriores de su trabajo, de un discurso o del dinero que recibe, para amar, decidir, asumir[vii]”.

Cito nuevamente: “Ahora bien, es un hecho que ninguna superación, ningún salto se produce sin el sufrimiento[viii]”. Esta oración puedo relacionarla con que lo que se diga en la salida del clóset no es sin costos (no obstante estar totalmente adentro de aquel acarrea más consecuencias negativas), y siempre es necesaria la elaboración del suceso en un tiempo posterior.

¿Se transfiere, en la salida del placard, la angustia al otro? El coming out de alguien produce en los demás angustia porque eso que debería haber permanecido velado (que el sujeto siga “tapado”, que no hable sobre su orientación homosexual) salió a la luz. Muchas veces para la familia o los amigos de una persona lesbiana o gay, la revelación de la homosexualidad de esta última es algo inesperado, se produce la angustia porque justamente para aquellos se trata de algo loco que irrumpe. Por tal motivo, en muchos de los seres cercanos a la lesbiana o al gay posteriormente opera la desmentida, el no querer saber nada de ello, a pesar de que ya se lo conoció.

Conclusión
Siempre habrá algo del orden de lo inabordable del todo en el proceso de la salida del ropero. Casi sin pausa, uno sale, entra otro. El hijo habla, el padre silencia. Los militantes gritan, la sociedad vocifera: “¿por qué no se lo guardan?, ¿qué necesidad tienen de contarlo?, ¡eso tiene que permanecer en su privacidad!”.

Y también, casi sin pausa, ciertos sujetos continúan cumpliendo el imperativo de mentir, de esconder, de silenciar, por lo cual sus cuerpos siguen sintomatizando. Porque lo que no pasa por la palabra, se aloja en el soma.

Por razones de género, al varón heterosexual se le permite manifestar su objeto de deseo, se lo autoriza a silbar a la dama que transita por la vereda y se lo habilita para que cuente sus amoríos con cuanta mujer respire, sea dicho hombre casado, soltero, viudo o divorciado.

Para la mujer lesbiana o el varón gay se alza una proscripción, la de la libertad de expresar un vínculo afectivo sexual con alguien de su mismo sexo o género, en el mejor de los casos, si es que previamente tal sujeto se autorizó a sí mismo para poder vivir ese, su amor.

Es por tal motivo que muchas veces el consultorio es el espacio exclusivo para que una relación homosexual pueda ser contada y actualizada. Como lugar complementario, un grupo de pares se transforma en un círculo ideal para que un ser pueda sentirse escuchado, comprendido y sostenido por otros semejantes que no apuntan a herir con juicios valorativos negativos, que no lo colocan como un blanco móvil para la violencia.

Espacios funcionales como grandes vestidores preparados para contener a los distintos placares para que puedan complementarse, descubrirse, identificarse, asumirse y respetarse. Eso que en la heterosexualidad se produce a la intemperie y con visibilidad sin velo, en la homosexualidad contemporánea sólo puede producirse en áreas protegidas, a resguardo, como un rito sagrado de adultos que se reconocen a sí mismos y a sus pares como iguales en lo diverso.

Lugares y redes para que el clóset deje de ser un síntoma en sí mismo, regiones preparadas para que los que hablen sean los propios protagonistas y no sus cuerpos productores de síntomas, somas verborrágicos de dolores.

Bibliografía:


*Freud, Sigmund, “Inhibición, síntoma y angustia”, en Obras completas, Vol. XX, impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Bs. As., 1996, Amorrortu editores.
* Granados Cosme, J.A., “Orden sexual y alteridad. La homofobia masculina en el espejo” en Nueva Antropología, Vol. XVIII Nº61, septiembre 2002.
*Lacan, Jacques, “La Angustia”, Seminario 10, 1962—1963, Versión íntegra.
*Rey, Pierre, “Una temporada con Lacan”, Cuarta edición (Argentina): agosto de 1997, Ed. Planeta.

Notas
[i] Una de esas diferencias la puede constituir el hecho de que una pareja lésbica pasa más desapercibida que otra conformada por dos varones, ya que entre chicas no está desaprobada la demostración de afecto en lugares públicos, no así entre varones, por lo que esas mujeres caminando de la mano pueden ser consideradas “mejores amigas”, sin levantar demasiada sospecha de una relación amorosa.
[ii] Rey, 1997: 139.
[iii] Ibidem.
[iv] Ibidem, p. 19.
[v] Granados Cosme, 2002: 95.
[vi] Rey, 1997: 132.
[vii] Ibidem, p. 181.
[viii] Ibidem, p. 92.